Hace dos años y medio
tiré la toalla, mejor dicho, el saco. Me quité los tacones, las medias, vendí
mis libros de derecho, y si hubiese podido, hubiese vendido también mi cédula
profesional. Dejé de ser abogada más que en papel, porque un título así lo
acredita y porque tantos años de estudio me confirieron ese título.
Y dejé de serlo porque
llegó el momento en que toda esa chamba, todo ese papeleo, me pareció absurdo,
así, ABSURDO. Recuerdo que los últimos expedientes que revisé y resolví, los
leí con la sensación de que cosa más absurda sobre el planeta Tierra no podía
existir. Claro que me equivoqué, existen cosas todavía más absurdas: guerras,
hambrunas, política, etc., pero en ese momento, nada me pareció más absurdo que
el cúmulo de papeles que leía, estudiaba, volvía a leer y volvía a estudiar para
resolver si la gente tenía o no razón.
¿Razón de qué? ¿De
pelear por sus propiedades, por su vida, de luchas con uñas y dientes para
reclamar y conservar lo que era suyo? ¿Y para qué? Para toparse de lleno con
una burocracia tan rebuscada, que más parecía laberinto sin salida; con
tecnicismos tan tontos, que en lugar de acceder a la justicia se impide el paso
a ella; con funcionarios tan “sí, señor”, “deje me termino la torta”, “venga
mañana”, etc. No, eso definitivamente ya no era lo mío, pero me tuvieron que
sacar a patadas para que lo entendiera. Lo bueno fue que me tardé dos horas.
Salí de ese lugar para
no regresar, con lágrimas en los ojos me juré a mí misma que no volvería a
traicionarme de esa manera. Lo cumplí. Pese a que recibí varias ofertas de
trabajo para regresar a ese lugar, todas las rechacé, no pensaba de ninguna
manera regalarles una hora más de mi vida, les había dado 9 años de mí y me
corrieron sin que mediara explicación alguna.
No pasó mucho tiempo
para que recordara lo mucho que me gustaba ejercitarme, así que pronto dí con
Pilates. Me enamoré, así, me enamoré, sin mayores explicaciones (y no las daré
ahora porque hablar de Pilates requiere más de un post); SUPE que debía
dedicarme a esto, a llevar el bienestar a todas las personas que pudiera, y
empecé a buscar donde prepararme para hacerlo.
No tardé mucho en
conocer Inspirah Pilates, cuya fundadora me inspiró para hacer de esta
disciplina un caudal de bienestar para quienes decidan practicarla.
Y aquí estoy, con mis
clases privadas y en otros proyectos de los que después platicaré, muy feliz
porque encontré una forma de vida con la que puedo ayudar efectivamente a mis
alumnos.